«La educación es en sí misma un proceso de vida, no sólo una preparación para una vida futura», escribía John Dewey
Muchos jóvenes con Altas Capacidades se enfrentan a un proceso de vida en el que se suceden experiencias personales de incertidumbre, malestar o sufrimiento emocional, personal y familiar. Nos encontramos, además, a lo largo de los últimos años un continuo de informes e investigaciones que ponen de manifiesto los altos índices de fracaso y abandono académico a los que nos enfrentamos como sistema educativo y como sociedad.
En el contexto de la educación formal, el diagnóstico, que en no pocas ocasiones ha venido precedido por disfunciones del comportamiento y dificultades en el desempeño escolar, requeriría ir asociado de una respuesta que atienda globalmente, en el marco de una educación inclusiva, a los componentes emocionales, sociales y cognitivos del desarrollo.
Se hace imprescindible por tanto un conocimiento más riguroso y menos estereotipado de los sujetos con Altas Capacidades que considere sus necesidades emocionales, que implique orientaciones metodológicas dirigidas a sus Necesidades Específicas de Apoyo Educativo y que pondere la calidad de las relaciones que establecen con los otros en diferentes contexto de socialización.
En el ámbito familiar frecuentemente se han venido construyendo respuestas a medida que las dificultades se consolidan o se van sucediendo valoraciones desorganizadas tanto por parte de los centros educativos como a través de las vivencias que se observan respecto a los comportamientos y los modos en que los sujetos se relacionan en los medios familiar, educativo y social.
Una intervención adecuada desde la educación formal y no formal constituye, en consecuencia, la oportunidad de completar una respuesta educativa global y coherente dirigida a un mayor bienestar emocional de los y las jóvenes con Altas Capacidades.
Se va cimentando un cada vez mayor consenso científico en relación a un nuevo modelo comprensivo de las Altas Capacidades. Por otra parte a partir de los numerosos estudios sobre el conocimiento del funcionamiento del cerebro se ha demostrado la correlación directa que se produce entre bienestar emocional y aprendizaje. Si atendemos a que niños, niñas y adolescentes con Altas Capacidades pueden desplegar sus emociones de una manera característica, podemos inferir que atender a la dimensión emocional del desarrollo será de enorme importancia para afrontar ese proceso de vida que constituye la educación.
Niños, niñas y adolescente con Altas Capacidades viven un día a día real, en un entorno real de personas con las que se relaciona y que les van a demandar un nivel real desempeño eficiente en cada uno de sus contextos de funcionamiento. Así pues tendrá que aprobar sus exámenes con un profesorado con distintos perfiles y diferentes sensibilidades, tendrá que integrarse en una gran variedad de tipos de relaciones sociales y tendrá que vivirse a sí mismo antes, durante y después de cada experiencia real, sin poder esperar a un mundo mejorado para vivir la vida que tiene que vivir.
Una mirada desde la Educación Emocional, sustentada en el convencimiento de que ésta sea una educación para la vida a lo largo de cada ciclo de la misma debe contribuir a que niños, niñas, adolescentes y personas adultas con Altas Capacidades, puedan vivir de la manera más equilibrada y plena posible.