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La Escuela, como la Vida, no es un lugar automático.

Hemos de desconectar la Escuela de lo prefijado, de dar respuestas en lugar de que se hagan preguntas. Desconectarla…

de la memorización y repetición como sinónimo de aprendizaje: no hay conocimiento sin conocer

de momentos que ya se saben (entra el docente, nos sentamos, nos dice lo que hay que hacer…) y empezar a desaprender

de las calificaciones como vara de medir, como calibre de lo que se sabe vs. lo que no se sabe

de la parcelación del conocimiento: la Vida tiene de todo… y a la vez…

de la figura docente como portadora de disciplina, y dar lugar al docente como guía, asesor, facilitador y acompañante…

de la rigidez de un currículo (el alumnado ha de pasar por todas las materias, todos los cursos, independientemente de la configuración de su personalidad, identidad, capacidades…) para dar lugar a la inclinación personal sobre lo que se quiere saber: al conocimiento se llega

de lo que se tiene que hacer entendido como algo anclado e inamovible (deberes, exámenes, aulas, ratios, acumulación de contenidos…) para dar lugar al acompañamiento, al seguimiento, a lo que pasa…

del peso que soporta el docente sabiendo que la responsabilidad en y para el aprendizaje no es solo suya…

de relaciones verticales: alumnado-profesorado, entre profesorado, familia-profesorado, y dar lugar a relaciones horizontales…

de la impresión-reflejo de que es un sitio de paso por la trasformación en un lugar en el que están y son

de todo aquello que signifique e implique deshumanización (las filas, el papeleo, las evaluaciones sesgadas…) y propiciar el diálogo, la comunicación, la propuesta, la reflexión…

Desconectarla.